domingo, 2 de diciembre de 2007

INGENUO CAMINO DE REDENCIÓN


"Dos caras, como algunas personas, tiene la parroquia de San Sebastián..., mejor será decir la iglesia...". Con esta puesta en escena, en la que confluyen descripción, opinión, crítica, desocultación del autor-narrador, comienza Benito Pérez Galdós su novela "Misericordia". Presente desde un primer momento, el narrador se dirige al lector para advertirle quien será la protagonista de la historia, una pobre mujer llamada Benigna, que es el trasunto de la bondad cristiana, digamos, la cara luminosa de la religión. Benigna se mueve en un Madrid que Galdos dibuja con trazos precisos, un Madrid de burgueses venidos a menos, de pobres y pedigüeños, mendigos miserables, seres ad marginen cuya existencia gira en torno a la supervivencia diaria.
Los desvelos de la criada Benigna por mantener a su señora (el mundo al revés), la conducen por los espacios de la marginalidad donde descubre una miseria mayor que la que ella y su señora padecen, y ante la cual, su misericordia sin límites no puede sino hacerla ayudar a aquellos necesitados. Pero no toda ayuda es bien recibida, y así, Galdós nos presenta parte de la pobreza teñida de ese desagradecimiento resentido hacia el más poderoso y puediente que le ayuda. La penetración psicológica de Galdós, herencia dostoyevskiana, dibuja personajes que dialogan y de los que se nos ofrecen radiografías que nos explican sus cambios de pareceres, de ánimos, en un instante. Pareciera que el autor dejara hablar y conducirse a sus persoanjes y solo interviniera cuando cree necesario explicar al lector la interioridad de la mente del personaje, cosa que hace como un cirujano experto.
El lenguaje de la novela merece análisis aparte. Siendo una novela del siglo XIX, sabemos que en su tiempo proponía literariamente una renovación que la alejaba del romanticismo tardío y abría puertas al realismo que Galdós defendía. En efecto, según las corrientes del naturalismo francés (Zola), Galdós proponía a sus contemporáneos que se centraran en los temas de la sociedad de la época, sus cambios, sus preocupaciones, sus nuevos problemas, a la hora de escribir. Su gusto por la captación de la actualidad, le lleva al uso del habla popular, reproduciendo las perversiones lingüísticas de la calle en los parlamentos de los personajes. La inclinación de Galdós por ofrecer a través del lenguaje una instantánea de su época, le llevan a construir capítulos de la novela que son enteramente diálogos. Casi una obra de teatro. Pero esta modernidad, leída un siglo despues, nos resulta arcaica y trasnochada, en los usos, las frases hechas, los términos y voces empleados. (Curiosamente, es el lenguaje de Mordejai el que menos extraño se nos hace, aún siendo poco comprensible, por causa de que la evolución del lenguaje no tiene la misma velocidad en el seno de sus hablantes que entre los extranjeros).
La narración nos presenta un esquema estructural en el que un personaje central, es el motivo que el narrador sigue a través del espacio y del tiempo, aunque desaparece en ciertos capítulos, que son ocupados por el resto de los personajes. De esta forma, va apareciendo el dibujo de la tesis galdosiana, creyente en el progreso y la reforma de una sociedad enquistada en los males que Galdós denuncia, especialmente en relación con su espiritualidad. Esas "dos caras de la iglesia" con las que comienza la novela, es la metáfora de la sociedad que Galdós contempla, una sociedad anclada en la ritualidad, la apariencia, la falsa conciencia cristiana, enfrentada a esa otra conciencia en la que los valores espirituales son auténticos, cuyo único ejemplo es Benigna, y el pobre don Frasquito, que como les sucede a los "buenos", muere en el intento de defenter la dignidad y la verdad.
El final, personalmente, se me antoja de fábula, en el sentido más pueril. El remordimiento que acomente a los personajes que han tratado injusta e ingratamente a Benigna, repudiándola de su lado una vez que la fortuna les ha sonreido, es, más que la consecuencia real, la consecuencia que el Galdós más creyente, más optimista y se diría que más ingenuo (a la luz de lo que sabemos hoy) desearía como primer paso para la redención de una sociedad que él considera enferma. La respuesta de Benigna ante el "mea culpa" de Juliana (en representación de todos aquellos que han maltratado a la protagonista), es, además de un final abrupto, cortante, casi impertinente, el mensaje de Galdós, su creencia, su consejo: yo os perdono, pero no pequeis más. Don Benito se nos revela como un penetrante ojo crítico que disecciona sin miramientos a la sociedad de su época pero no puede librarse de un profundo sentimiento religioso de piedad, misericordia y esperanza, de fe, en la redención.