lunes, 21 de julio de 2008

ORIENTE FATALISTA.

Tres gotas de sangre, de Sadeq Hedayat. Ed. El Cobre. 2004.

Este libro es un conjunto de relatos cortos de uno de los escritores más notables de la narrativa persa del siglo XX. Hedayat (Teherán, 1903-París, 1951) cursó sus estudios en Francia a donde viajó con una beca en 1925. Muy influído por La metamorfosis de Kafka, que introdujo al persa, construyó una obra de corte pesismista y dramático.

Casi todos hemos coincidido en que el relato que da título al libro es de una calidad notoriamente superior al resto. Tres gotas de sangre es uno de los dos relatos del libro escrito en primera persona, pero tiene un misterio especial. Para empezar, el protagonista inicia el texto con una reflexión sobre la literatura cuya profundidad no escapa al lector. No sabemos con exactitud de quien se trata, en que lugar se haya (tan sólo lo adivinamos por datos que Hedayat va soltando hábilmente); introduce a su vez una serie de relatos dentro del relato principal, estableciendo relaciones entre los hechos y las narraciones de manera que la realidad se confunde con la ficción (la historia de la lechuza, la terrible historia de la gata Nessi). El desenlace, digno del propio Kafka, es un giro inesperado en el que se nos revela de manera sutil la naturaleza del protagonista, su drama.

El resto de los relatos, son más convencionales en cuanto a su estructura (argumento, nudo y desenlace), y resultan más extrañadores para el lector occidental, poco acostumbrado a la estética y la psicología de una cultura como la persa, en la que la religión y otros valores de corte moral, someten a los personajes a padecimientos y situaciones calificables como poco racionales y prácticas. Pero sería un error juzgar la obra de Sedayat desde un punto de vista racionalista occidental, y sería más pertinente situarse en las coordenadas de la literatura oriental, de la persa en este caso, en la que lo que aparecen ante nuestros ojos occidentales como convencionalismos ora predecibles, ora inexplicables, cobra un sentido natural en su contexto cultural.

Los cuentos de Sedayat son trágicos, no tienen finales felices y están llenos de suicidios, de desesperación, de muerte. Evidencia esto una naturaleza melancólica y preocupada por los pozos más oscuros de la naturaleza humana. De hecho, el propio Sedayat se suicidó dejando abierta la llave del gas. Pero es el valor literario de su obra el que debemos apreciar al margen de las historias poco estimulantes anímicamente hablando de este libro.

Arremete Sedayat contra los convencionalismos de su cultura, tan acérrimamente apegada a un clasismo social y moral inamovible. En Perdón de Dios, los personajes que peregrinan a una ciudad santa, se revelan como autores de pecados horribles. En Tulipán, el amor de un viejo por su hija adoptiva deviene obsesión y finalmente irónico desenlace. El hombre que mató a su ego, se adentra en el terreno de la metaliteratura con numerosas citas de la literatura sufí, cuyas lecturas contradictorias, llevan al protagonista a un misterioso suicidio.

En líneas generales, la literatura de Sedayat, es claustrofóbica, describe un mundo interior psicológico de personajes atados a principios religiosos, morales y sociales que los van conduciendo a un destino fatal. No resulta fácil asimilar tanto drama interior, pero hay un estilo en el uso del lenguaje que convierten su obra en un notable logro literario. No es, en sentido estricto, un escritor realista, sino más bien un escritor dotado para volcar sus obsesiones a través de paisajes y narraciones que no admiten más salida que la sordidez, el pesimismo.

En cualquier caso, personalmente, me ha enriquecido el descubrimiento de este autor y de esta literatura, que si bien es persa por la nacionalidad del autor, tiene un claro nihilismo occidental atravesando cada historia. Y por encima de todo, el primer relato, Tres gotas de sangre, imagen que vuelve a aparece en el último relato del libro, El Castillo maldito, uno de los más infantiles, podríamos decir, pero que recoge la estética de los relatos orientales tan ajena al lector occidental.

Creo que sería deseable asumir la lectura de este libro como un apertura enriquecedora hacia otras fórmulas estéticas, al margen de nuestro gusto personal. En occidente, hay una tendencia a esperar un final feliz, una justicia redentora y poética que nos deje un buen sabor de boca. Nada de esto tiene cabida en la obra de Sedayat. Su literatura es triste como una música melancólica que no nos anima ni nos alegra, pero no por ello, exenta de calidad.