lunes, 30 de marzo de 2009

ESPERANDO ASISTIR A "ESPERANDO A GODOT".

Controvertido, generador de amores u odios, incomprendido o interpretado pluralmente,... en fin. Sin duda un libro que casi nadie espera, que desconcierta a la mayoría, por lo cual me parece pertinente la pregunta ¿por qué esto es así? Y la respuesta que me doy es sencillamente que por lo general nos presentamos ante las obras cargados con lo que Gombrich llamó equipo mental. ¿Y qué es el equipo mental? Pues se podría definir como la información heredada a través de nuestra educación, de nuestra percepción a lo largo de nuestra existencia, de nuestras expectativas respecto de lo que no conocemos y que emanan de los modelos que hemos asumido como herencia desde el pasado.
De esta manera, toda forma que transgreda los modelos del pasado (que ya tenemos asumidos en nuestro equipo mental), nos produce extrañeza, incomprensión, cuando no rechazo o repulsión o indignación. Y es que es así, no tiene vuelta de hoja. Esperando a Godot ha sido, y así parece reconocerlo el mundo de la literatura en pleno, una vuelta de tuerca histórica a la tradición literario y más concretamente teatral. Beckett ha creado algo que nos da todo aquello que no esperábamos de una obra, y nos pone en la misma situación de un neófito zen cuando su maestro le pregunta "¿cómo suena una palmada con una sóla mano?" Sin capacidad de respuesta, al menos, por los cauces tradicionales del pensamiento cartesiano.

La Gioconda de Leonardo Da Vinci, icono del modelo pictórico euclidiano.

Les demoisselles d'Avignon, de Picasso, hachazo en cinco siglos de tradición pictórica que cercena la perspectiva y el espacio


" (...) la alta literatura contemporánea debe pasar necesariamente por Samuel Beckett".

Esta frase. copiada y pegada del blog de Vicente Luis Mora, joven crítico, escritor, comentarista, estudioso y amante de la literatura, les resultará muy extraña ha quienes el libro de Beckett no ha satisfecho. Cómo se puede decir algo así de "un libro que no tiene ni pies ni cabeza", se diría. La respuesta es que en primer lugar, la literatura no tiene que darnos lo que le pedimos; en segundo lugar, la literatura no es sólo contar una historia, sino luchar con las formas para encontrar nuevos modos de contar; en tercer lugar, la historia de la literatura se fractura como lo hizo la historia de la pintura cuando el cubismo destruyó cinco siglos de perspectiva euclidiana; en cuarto lugar, y en lo que respecta a Esperando a Godot, es la primera obra que después de siglos de teatro en el que pasan cosas en el escenario siguiendo el esquema argumento-nudo y desenlace, consigue que en dos actos (no tres como habitualmente), no pase nada en el primero y, más increible, no pase nada en el segundo. Naturalmente, escribir "no pasa nada" hay que natizarlo, porque dentro de ese transcurrir absurdo en diálogos que incomunican más que comunican, late subterráneamente un dibujo caricaturesco, grotesco, pantagruélico de la condición humana: una existencia sin finalidad clara, una espera continua de un "no-se-sabe-qué" que nos salve, una esperanza tan ciega como inútil y al mismo tiempo tan humana que inspira ternura. He aquí, en mi parecer, el tema del libro, la esperanza más allá de toda razón en un mundo absurdo y sin sentido, un mundo miserable donde las bajezas conviven con la cotidianeidad.
El existencialismo, corriente filosófica desarrollada por Jean Paul Sartre, impregna la obra de pies a cabeza, como de pies a cabeza se representan los personajes por medio de dos complementos simbólicos: zapatos y sombrero. Manolo Moreira señaló con lucidez que el sombrero parece simbolizar la dignidad humana, una prenda que los iguala a todos, y que al mismo tiempo inspira el deseo de ser el otro, como parece ejemplicar la escena en la que Gogo y Didi se cambian los sombreros a cámara rápida (una escena digna de los hermanos Marx).
Alineación a la izquierda



Los hermanos Marx en su famoso camarote.


Frente a las entusiastas interpretaciones de algunos miembros del club que sí han disfrutado con este libro, muchos compañeros manifestaban su legítima incapacidad para comprender algo que pensaban se podía decir de otra forma. Pero es ahí donde yo creo que esta el quid de la cuestión: dicho de otra forma no conseguiría dos objetivos esenciales: 1- Abrir un nuevo espacio a la literatura, que nunca se había presentado bajo estas formas; y 2- Extrañar a los lectores y al público con un modo de representación nuevo, que no podría haber aparecido en ninguna época anterior al siglo XX, el siglo en el que la humanidad demostró que podía ser lo suficientemente absurda como para usar la tecnología para destruirse mutuamente.

Creo, humildemente, que aún comprendiendo el legítimo posicionamiento de los compañeros que no han disfrutado o no han asumido el libro de Beckett, estamos ante una obra que actúa como un verdadero hachazo en la mente del lector-espectador y en la historia de la literatura. No creo que sea tan fácil escribir tantas páginas logrando interesar a millones de lectores y espectadores sin recurrir a los modos tradicionales. Y la prueba es que no hay semana o mes en que no se represente esta obra en algún lugar del mundo. Lo cual me lleva a mencionar también el hecho de que quizás hubiera sido muy diferente la sensación que provocara esta obra si en vez de ser lectores, hubiéramos sido espectadores, pues no en vano es una obra de teatro, y el teatro, aunque se puede leer, y de hecho se hace, está concebido esencialmente para ser representado, con todo el aditivo de ambientación, espacio, sonido, voces, movimiento, cuerpos, gestos, etc. que constituyen su ser, un ser que asume las contradiciones de una existencia sin respuesta que se mantiene desde el último siglo a la espera de algo. Algo tal vez llamado Godot, tal vez llamado Nada.




Malevich. Cuadrado blanco sobre fondo blanco (1918).






martes, 17 de marzo de 2009

DESENCANTO TRAS EL VANO AYER.



Con esta entrada, inauguro una pequeña "novedad" en este blog, y es que me permitiré la pequeña licencia de comentar algunas de las lecturas que he realizado por mi cuenta, un poco al margen del Club de Lectura de San Roque, aunque en muchos casos sugeridas por las realizadas en el seno del Club.

Tras la lectura de El vano ayer, de Isaac Rosa, que me convenció plenamente por la capacidad de tratamiento de una tema trillado con unas formas y una estructura que renovaban y ampliaban en su sentido más amplio, me decidí por iniciar la lectura de la última novela de Rosa, que habíamos recibido en la biblioteca recientemente. El país del miedo - me informa la sinopsis de la contraportada- trata de nuestros miedos cotidianos y ancestrales en un mundo actual que se presenta al protagonista como un cúmulo de amenzas, y ante el que reacciona sometido a sus propios miedos, con consecuencias poco estimulantes.

En principio me situé ante la novela como una indagación en la conciencia de un ciudadano actual de nuestro país, centrada en la miedos que alimentamos merced al bombardeo de trágicas noticias y negros sucesos que se reiteran en los medios informativos. Sin embargo, esperaba algo que continuara la experimentación valerosa del autor en cuanto a modos de narración. Lo que me he encontrado es una novela con una narración en tercera persona, con una estructura de argumento-nudo-desenlace, que se perfilaba en un modo tradicional. La escritura es buena, Isaac Rosa sabe escribir y maneja bien el lenguaje, las palabras. A pesar de ello, yo no acababa de ingresar con interés a la novela, que me empezaba a incomodar, pues devenía una novela bien educada en la que la lectura era un paseo a través de una buena escritura en la que todo lo que iba pasando era impertinentemente predecible. En un momento dado, tuve la certeza de que me encontraba ante un mecanismo bien trazado que me iba llevando por lugares comunes. Su buen pulso y su escritura más que correcta, no me bastaban, pues no lograba encontrar en el libro nada que no hubiera encontrado ya en otras novelas. Finalmente, cesé en la lectura, desencantado por un producto que parece escrito por sugerencia del editor más que por voluntad del autor, que se me antojaba un tanto constreñido por la necesidad de escribir una narración convencional con estilo convencional. Básicamente, mi mayor reparo a esta novela, que no he podido terminar, es que no la necesito, pues nada nuevo me dice, ni respecto a cómo lo cuenta, ni respecto a qué cuenta, siendo esto, para mí lo menos importante, pues todas las historias ya han sido contadas. Una novela necesaria pues, para el editor y para ciertos lectores, pero innecesaria a todas luces para una autor que ha demostrado ser capaz de ir mucho más lejos con sus libros anteriores.

miércoles, 11 de marzo de 2009