domingo, 31 de agosto de 2008

SEPTIEMBRE

Queridos Lectores:

Como ya os comuniqué ayer, he decidido a tenor de la dinámica observada, cambiar el funcionamiento del blog. A partir de ahora, los comentarios sobre los libros no se harán a posteri de su lectura y reunión, sino que se iniciarán al tiempo que iniciamos su lectura. De esa manera, confío en que el blog se revivificará mediante la participación activa de los lectores que podrán ir enviando sus comentarios y observaciones a medida que leen la obra correspondiente.

Tan sólo redactaré una pequeña introducción y alguna sugerencia basada en el PAL (Protocolo de Análisis Literario) para iniciar el debate on line. Al mismo tiempo, espero que esta nueva fórmula contribuya a que alcancemos mayor profundidad en el análisis y el comentario de la obra el día de la reunión.

Dicho esto, incluyo en esta entrada los comentarios correspondientes a los dos últimos libros: Yo, el Rey (agosto) y Madame Bovary (septiembre).




La irrealidad del insatisfecho.

Si bien la mayoría de lectores coincidió en señalar la sensación innegable de que Madame Bovary es una novela que ha envejecido, no por ello deja de ser legítimo considerarla la primera novela contemporánea, a tenor de los logros formales y narrativos que Flaubert asentó, como los cimientos de toda la literatura posterior.

Eduardo y otros compañeros pusieron el dedo en la llaga al señalar los cambios de perspectiva de la narración, que comienza con la primera persona del plural (no sabemos si es Emma, o es la voz colectiva de la clase escolar en la que ingresa Carlos Bovary, futuro marido de Emma) y que cambia a la tercera persona del singular, en la voz de un narrador omnisciente que desplaza su ojo de personaje a personaje, desgranando su interioridad con omnisciencia plena. Al mismo tiempo, hay un distanciamiento del narrador hacia los personajes, de manera que no se implica con ninguno de ellos, y el lector siente simpatía o antipatía por cada personaje a lo largo del libro según la situación narrada.

Cierto es también que el lenguaje, a día de hoy, nos resulta un poco arcaico, no sólo por la gran cantidad de palabras que han desaparecido del habla común (objetos o denominaciones ya extintos), sino por la misma recreación en descripciones que ralentizan una acción y que desesperan y aburren al lector. Debemos hacer un esfuerzo de contextualización y pensar que todo ese fenómeno debía ser para los lectores de la época un disfrute de la capacidad de recración de escenarios de Flaubert, casi como la ambientación de escenarios de un film o sus efectos especiales.

En cuanto al tema, la simpatía y la antipatía hacía Madame Bovary se reparte, un signo de la universalidad de un personaje que alcanza el rango de arquetipo (como un Quijote o un Sancho Panza o un Mc Beth). Estamos ante el ser que vive en un mundo interior soñado, inspirado a través de la literatura (en su caso), que ansía vivir las mismas situaciones que ha leído en todas esas novelas románticas contra las que arremete Flaubert (como Cervantes hiciera contra los libros de caballería). Emma Bovary, ingenua, ambiciosa, inconsciente, vive atrapada entre un mundo real que la decepciona y un mundo irreal que persigue mentalmente, despierta, y que cuando lo consigue, deviene en una realidad igualmente decepcionante que su otra realidad; o mucho peor.

Adicción es palabra clave aquí: adicción a lo novelesco romántico, a vivir en una escena de amor congelada a imagen y semejanza de las que Emma lleva grabadas en su mente de ingenua soñadora. Y en su viaje hacia su sueño, se topa con el cínico que la usa y la tira como a un kleenex (Rodolfo), y luego con su "alma gemela", León, el cual, tras la experiencia de la Bovary con Rodolfo, parece no estar a la altura de ella, que ha alcanzado cierto rango de seductora (en el sentido del que hablaba Baudrillard en su libro De la seducción), lo cual la arroja de nuevo a la infelicidad, al desaasosiego de quien está condenado a no sintonizar entre la realidad y la irrealidad interior. Sufrimiento creciente que además, supone el sufrimiento de quienes la rodean y la quieren, y que desemboca en su desesperación en la salida del suicidio. Tenía otras opciones, en efecto, y Emma Bovary podía haber afrontado la realidad y haber luchado. Para ello tendría que haber sido lo suficientemente humilde como para reconocer su problema y pedir ayuda. Pero su egoismo es más fuerte, y su desesperación, aliada con aquel, eligen el arsénico como escape. Esto dió pie a la cuestión de si el suicidio es un acto que requiere cobardía o valentía, y que Juan Antonio lúcidamente desmontó como simplista. Nuestro nuevo compañero, profesional de la psiquiatría, nos dió un dato objetivo: el 90% de los suicidios son por enfermedad mental, el resto se desconoce. Cabría hablar aquí de Arthur Koestler, el escritor hungaro nacionalizado inglés, uno de los paladines del movimiento EXIT, que demandaba el derecho a abandonar libremente la vida por voluntad propia, en plena posesión de las facultades mentales, como acto de liberta individual.

Justo es decir, que tal situación hoy en día, no tendría porque acabar así. Los valores tan rígidos de la sociedad en la que transcurre la novela, no dejan de tener su importancia. Pero incluso en una sociedad actual de un pais del primer mundo, donde los derechos y la libertad parecen estar garantizados, y la igualdad de sexos se acepta o se impone institucionalmente (mal que nos pese en algunos casos), Madame Bovary no se ha extinguido, más bien al contrario. Más somos en este planeta, más personas ansiando vivir en ese oropel, ese lujo, ese glamour del París que es hoy en día el inmaterial y mediático mundo de la publicidad, de las imágenes mediáticas, de los paraísos artificiales llamados urbanizaciones de lujo, resorts, spa, etc., etc. Y esto quiere denotar, que esta patología llamada "bovarysmo", no es exclusiva de la mujer, sino que también se da entre los hombres. Ya lo dijo el propio Flaubert: "Todos somos Madame Bovary".


PSIQUIATRÍA E HISTORIA, literatura.


Yo, el Rey
, es un libro que nos permite conocer la personalidad de José Bonaparte más allá de los tópicos mínimos a través de los que lo hemos conocido. En este sentido es un notable trabajo de psiquiatría o psicología, lo cual no es gratuito conocida la profesión del autor. Vallejo Nágera ha sido psiquiatra, pintor naif y también escritor.

Notable es también el trabajo de documentación histórica, que tiene su reflejo en el libro en la reproducción de muchas cartas entre José y su hermano Napoleón. Por momentos, parece que leemos género epistolar; en otros, que leemos un libro sobre historia, la historia de la llegada de José Bonaparte a Madrid desde Bayona, donde su hermano le obliga a ocupar el trono de España.

Al margen de las discusiones sobre si José Bonaparte es más el Pepe Botella que conocimos en el colegio, o el personaje noble y bondadoso que nos presenta Vallejo-Nágera, nos interesa el debate que surge del conocimiento de las circunstacias históricas, sociopolíticas del momento. Ese episodio clave de la historia de una España que viene de ser la gran superpotencia del momento y cuyo declive se materializa en una invasión consentida a medias. Y ésto último es importante, a medias, porque como señaló Eduardo el 2 de mayo comenzaron las dos Españas, una tesis interesantísima que dió pie a uno de los debates más jugosos de las últimas reuniones del Club de Lectura y que, personalmente, me gustaría que tuviese continuación.

Ciertamente, todo giró en torno a los personajes (José, Napoleón, Josefina, Godoy, etc.) y a las situaciones históricas, algunas más anecdóticas que otras. Quizás fuera eso un signo de que este libro tiene su valor más destacable en esos aspectos, frente a valores literarios que sin ser menos que correctos, no son los más potenciados, tal vez por el interés de su autor en potenciar lo demás.