domingo, 2 de diciembre de 2007

INGENUO CAMINO DE REDENCIÓN


"Dos caras, como algunas personas, tiene la parroquia de San Sebastián..., mejor será decir la iglesia...". Con esta puesta en escena, en la que confluyen descripción, opinión, crítica, desocultación del autor-narrador, comienza Benito Pérez Galdós su novela "Misericordia". Presente desde un primer momento, el narrador se dirige al lector para advertirle quien será la protagonista de la historia, una pobre mujer llamada Benigna, que es el trasunto de la bondad cristiana, digamos, la cara luminosa de la religión. Benigna se mueve en un Madrid que Galdos dibuja con trazos precisos, un Madrid de burgueses venidos a menos, de pobres y pedigüeños, mendigos miserables, seres ad marginen cuya existencia gira en torno a la supervivencia diaria.
Los desvelos de la criada Benigna por mantener a su señora (el mundo al revés), la conducen por los espacios de la marginalidad donde descubre una miseria mayor que la que ella y su señora padecen, y ante la cual, su misericordia sin límites no puede sino hacerla ayudar a aquellos necesitados. Pero no toda ayuda es bien recibida, y así, Galdós nos presenta parte de la pobreza teñida de ese desagradecimiento resentido hacia el más poderoso y puediente que le ayuda. La penetración psicológica de Galdós, herencia dostoyevskiana, dibuja personajes que dialogan y de los que se nos ofrecen radiografías que nos explican sus cambios de pareceres, de ánimos, en un instante. Pareciera que el autor dejara hablar y conducirse a sus persoanjes y solo interviniera cuando cree necesario explicar al lector la interioridad de la mente del personaje, cosa que hace como un cirujano experto.
El lenguaje de la novela merece análisis aparte. Siendo una novela del siglo XIX, sabemos que en su tiempo proponía literariamente una renovación que la alejaba del romanticismo tardío y abría puertas al realismo que Galdós defendía. En efecto, según las corrientes del naturalismo francés (Zola), Galdós proponía a sus contemporáneos que se centraran en los temas de la sociedad de la época, sus cambios, sus preocupaciones, sus nuevos problemas, a la hora de escribir. Su gusto por la captación de la actualidad, le lleva al uso del habla popular, reproduciendo las perversiones lingüísticas de la calle en los parlamentos de los personajes. La inclinación de Galdós por ofrecer a través del lenguaje una instantánea de su época, le llevan a construir capítulos de la novela que son enteramente diálogos. Casi una obra de teatro. Pero esta modernidad, leída un siglo despues, nos resulta arcaica y trasnochada, en los usos, las frases hechas, los términos y voces empleados. (Curiosamente, es el lenguaje de Mordejai el que menos extraño se nos hace, aún siendo poco comprensible, por causa de que la evolución del lenguaje no tiene la misma velocidad en el seno de sus hablantes que entre los extranjeros).
La narración nos presenta un esquema estructural en el que un personaje central, es el motivo que el narrador sigue a través del espacio y del tiempo, aunque desaparece en ciertos capítulos, que son ocupados por el resto de los personajes. De esta forma, va apareciendo el dibujo de la tesis galdosiana, creyente en el progreso y la reforma de una sociedad enquistada en los males que Galdós denuncia, especialmente en relación con su espiritualidad. Esas "dos caras de la iglesia" con las que comienza la novela, es la metáfora de la sociedad que Galdós contempla, una sociedad anclada en la ritualidad, la apariencia, la falsa conciencia cristiana, enfrentada a esa otra conciencia en la que los valores espirituales son auténticos, cuyo único ejemplo es Benigna, y el pobre don Frasquito, que como les sucede a los "buenos", muere en el intento de defenter la dignidad y la verdad.
El final, personalmente, se me antoja de fábula, en el sentido más pueril. El remordimiento que acomente a los personajes que han tratado injusta e ingratamente a Benigna, repudiándola de su lado una vez que la fortuna les ha sonreido, es, más que la consecuencia real, la consecuencia que el Galdós más creyente, más optimista y se diría que más ingenuo (a la luz de lo que sabemos hoy) desearía como primer paso para la redención de una sociedad que él considera enferma. La respuesta de Benigna ante el "mea culpa" de Juliana (en representación de todos aquellos que han maltratado a la protagonista), es, además de un final abrupto, cortante, casi impertinente, el mensaje de Galdós, su creencia, su consejo: yo os perdono, pero no pequeis más. Don Benito se nos revela como un penetrante ojo crítico que disecciona sin miramientos a la sociedad de su época pero no puede librarse de un profundo sentimiento religioso de piedad, misericordia y esperanza, de fe, en la redención.

sábado, 27 de octubre de 2007

LA ALEGRÍA EN TIEMPOS DE MISERIA

Los seres humanos tienden, por lo general, a la alegría, al placer, a la risa, especialmente cuando son niños. Eso es lo que plasma el libro de Frank McCourt esencialmente. Las memorias de McCourt, que no son sino eso, memorias, trazan la historia de su familia desde su regreso a Irlanda desde Estados Unidos en el periodo de entre guerras. Al margen de las razones de tal regreso, éste supone la vuelta a un país deprimido económicamente, dominado por un integrismo católico asfixiante que atraviesa toda la sociedad de arriba a abajo justificando el inmovilismo clasista y la miseria de las clases más desfavorecidas. La familia del protagonista, el mismo autor, padece toda una serie de dificultades que ante el lector resultan pantagruélicas: un padre alcohólico adicto a las sempiternas pintas de cerveza Guinnes, falta de trabajo, la consiguiente falta de alimentos y ropa, hambre y frío, enfermedades y muerte. Pero lejos de llevar al lector a un estado de desesperación ante tamaña situación, la lectura del libro se convierte en una lectura ligera y hasta agradable, por mor de su mayor logro: la asunción por parte del autor de una posición narradora que es la misma del niño que fué, con su voz y su óptica infantil que es capaz de presentar aquella vida lamentable tamizada por la ingenuidad del niño que ignora, y que vive en su niñez, lo cual permite la presencia de un humor continuo que tiñe todo el dramatismo.
Incluso en las situaciones actuales más dramáticas, vemos a los niños jugar, buscar el juego y la risa entre los escombros del último bombardeo o catástrofe. La narración de McCourt es la narración de un niño que presenta la crudeza de lo real a trevés de su propia realidad. Si el libro lo hubiera escrito su madre, el tono hubiera sido diferente, el lector no hubiera sonreído con el rosario de situaciones que en boca del pequeño Frank devienen en fotografías lejanas y distorsionadas por la vitalidad de un niño que las recuerda tal y como las vivió, sin el conocimiento amargo de un adulto.
Literariamente, el resultado de la novela no supone un hito en la historia de la literatura, pues no hay logros en cuanto a lo literario que no existieran previamente. Se trata de una narración lineal, un conjunto de memorias que van avanzando a través de aquellos años abarcando un arco temporal desde el regreso de la familia hasta la marcha del pequeño Frank, ya mayor, de nuevo hacia América. No se percibe una estructura más allá de la básica linea temporal que sólo se transgrede al inicio, en las primeras palabras del libro en las que si habla el McCourt adulto que se dispone a iniciar el relato. Pero esta simpleza, esta eliminación de lo real dramático en favor de la realidad infantil, logran penetrar en una amplia masa de lectores convirtiendo un libro correcto en un fenómeno editorial. El premio Pulitzer, concedido en un país donde la masa de irlandeses constituye una parte muy importante de su población dominante, es el signo de su caracter políticamente correcto a pesar de su carga crítica contra la iglesia católica en irlanda. Nos lo pasamos bien con el libro porque su lectura no resulta densa, ni pesada, ni esforzada; y está salpicado de anécdotas y situaciones que nos asombran. Todo a pesar de su dureza, y es que la alegría vital de un niño logra trocar el horror en anécdota y la anécdota en sonrisa, una vez que se contempla desde la distancia.
La constatación por parte de algún compañero de que la segunda parte del libro no consigue lo mismo, es la evidencia de que el relato de Las cenizas de Ángela pertenece a un tiempo lejano que el autor tiene digerido y asimilado, mientras que el relato de la segunda parte, al ser más cercano al autor, no disfruta del suficiente distanciamiento como para lograr la misma perspectiva, además de que ya ha desaparecido la mente del niño que obraba el milagro de la transubstanciación de la miseria en alagría.
Resulta, no obstante, curioso e interesante, conocer el hecho de que Irlanda, esa Irlanda del integrismo católico y la pobreza, haya devenido uno de los países con mayor índice de desarrrollo económico en la actual unión europea, muy por encima de la Ezpaña de la prosperidaz, la igualdaz y la liberalidaz. Todo un resurgimiento de sus cenizas, las cenizas de Ángela.

sábado, 29 de septiembre de 2007

GUERRA QUE HEMOS DE PERDER.

Conocedor en carne propia de la historia de esos pueblos que han desaparecido en el abandono y devienen ruina y recuerdo y olvido, Julio Llamazares toma una de estas historias para elaborar un testimonio en primera persona del devenir de una crónica anunciada. Pero no es crónica, en su estricto sentido, el concepto aplicable a La lluvia amarilla, pues no hay un distanciamiento ni una objetividad narrativa respecto de la paulatina desparición del pueblo de Ainielle; no es, Llamazares, el periodista que informa del proceso, sino el poeta que se vale de recursos literarios para hablar de otras cosas que no se adscriben a la mera historia de la desparición de una aldea, sino que trascienden a la anécdota concreta y devienen tema universal.
En efecto, Llamazares se introduce en Andrés, último habitante de Ainielle, y bajo su piel, escribe y plasma, no tanto el suceso, sino la interiorización del mismo tal y como la padece el personaje. El lenguaje no es el de un habitante de un pueblo montañés, por más que las palabras, los símiles, las descripciones, sean pinceladas exlusivas de esos lugares, sino que es el lenguaje de un poeta, de un profundo conocedor de los recursos literarios, poéticos (endecasílabos, alejandrinos, rima interna); un manejador del tiempo, del ritmo, de la capacidad del lenguaje para narrar lo inenarrable: la enconada resistencia del ser humano a perder su espacio y su tiempo, a ver desaparecer su vida y a desaparecer él mismo.
Desde el primer capítulo, Andrés ya fantasea con la idea de su muerte y el momento en que su cuerpo, último habitante de ese Ainielle abandonado, será encontrado. Un personaje, un escenario, la memoria: pocos recursos con los que se logra construir una novela que trasciende la anécdota merced a su prodigioso logro lingüístico, pura poesía. Ello obliga a Llamazares a trabajar con el tiempo, el recurso al flash-back, al salto hacia los futuribles, en un juego temporal que con el devenir del relato, va entrando en una suerte de glaciación a medida que la mente de Andrés cede inevitablemente al embate del tiempo, que desaparece y se congela en un estado de no acontecimiento, de eterno momento sin redención posible.
Por qué Andrés se aferra a la permanencia en Ainielle, de donde se marchan poco a poco todos sus habitantes. La respuesta cree decirnósla él mismo, casi al final del libro, cuando niega estar loco, si estar loco es, nos dice, ser fiel al lugar donde están su vida, sus recuerdos, los restos de sus seres queridos junto a los que quiere reposar. Pero qué es ese apego enconado y se diría, soberbio y fundamentalista, que lo lleva a desheredar a su hijo cuando este emigra, o a encañonar a uno de los antiguos vecinos que intenta recuperar algunos objetos de su casa. Es aquí donde se encuentra otro de los temas del libro, -junto con el tiempo y su devenir, la memoria-, un viejo sueño, que sin mencionarse a lo largo de las páginas, está latente en ellas y en casi toda construcción humana (en el mismo ser humano): el deseo de inmortalidad, de perpetuar para siempre lo creado (pensemos en la civilización egipcia). En efecto, es de destacar que no se menciona nunca ninguna causa material por la cual se produce el proceso de abandono de Ainielle (la construcción de un pantano, las circunstancias económicas, una guerra, ...). En realidad, la causa es casi innecesaria, pues el proceso es algo inherente al tiempo humano, su impertérrito devenir en forma de decadencia y desgaste. Es una alegoría, y Andrés es pues la representación de una actitud concreta frente a una realidad imponderable, la negación (irracional, diría yo, aunque también, humanamente legítima) ante ese proceso, ante la naturaleza.
Él quería morir como un árbol, nos dice en un momento dado, es decir, que imaginaba su final trazado en unas formas prediseñadas, pero el destino se ríe de él condenándolo a un final que le resulta indigno, intolerable. Frente a la idea oriental de la naturaleza, del mundo, como cambio continuo (el Tao, el Ukiyo-e), Andrés es el anhelo de la permanencia y la perpetuación, lo cual se refleja en el conflicto, tan actual, entre el ensalzamiento de la juventud, del cuerpo estéticamente admirable, y el rechazo por lo viejo, lo enfermo, lo decadente. Una tendencia con la que convivimos. Es por ello que el personaje, por más que intente explicar su actitud, no pueda evitar el diagnóstico de ser enfermo aquejado de una patología, que nos lo hace tan antipático como entrañable. Nos situamos como testigos de una batalla de la que todos conocen su desenlace, los contendientes y nosotros mismos: un hombre, el tiempo, el lector.
Se habló de la naturaleza, de su presencia en la recreación del espacio literario del relato, y asistimos a la construcción de un escenario riquísimo en términos e imágenes dentro de su limitación espacial y temporal. Es, sin embargo, una naturaleza hostil, dramática, dura, que golpea la indefensión de los hombres hasta su derrota (o su huída); Andrés se niega a huir, es el último resistente de un mundo condenado a morir. Pero su resistencia, como ya se ha señalado, no es la del envejecimiento digno, con belleza, sino la del encono soberbio, rencoroso con los rendidos (lo cual también forma parte de la naturaleza humana). Su percepción se deteriora paralelamente al pueblo y a su cuerpo (trasuntos uno del otro), y en un momento dado, desparecen el pasado y el futuro y la existencia no es más que un presente congelado, el tiempo no es sino "arena sobre mi corazón". Tal vez, la tesis sea, escondida bajo esta historia descarnada y dolorosa, -pero estetizada y bella gracias al lenguaje-, la de mostrar el camino a seguir frente al paso del tiempo, mediante la contemplación de este triste ejemplo de aislamiento: comunicarnos con nuestros semejantes, especialmente cuando más sólos nos sentimos, cuando en nuestra vida se hace la noche: "La noche queda para quien es", murmura alguien en la imaginación del protagonista, al final del libro.

sábado, 1 de septiembre de 2007

MANKELL: EL FALSO POLICIACO

Poe inauguró, con Arsenio Lupin, la novela policiaca o detectivesca, en la que el protagonista, un ser ad marginen, privilegiado con una inteligencia extrordinaria, nos conducía a través de sus deducciones a la solución del misterio, clave de toda obra policiaca. Sobre la estructura narrativa básica: argumento, nundo y desenlace, flota en toda novela del género una condición obligatoria: la solución del caso. Esta estructura, en la que la identidad del asesino acaparaba el interés del relato, derivó en lugar común y previsible hasta el punto de que la obra perdía todo valor si se revelaba la solución antes del final. Debemos aquí recordar la anécdota que refería Alfred Hichtkock sobre los vodoonish, nombre con el que se designaban estas historias: en un canal de la televisión inglesa se programó uno de estos vodoonish; poco antes de la emisión de la película, la cadena rival anunció la identidad del asesino. Es por eso que Hichtcock casi siempre nos mostró al asesino desde el primer momento, porque una cosa son los crucigramas y otra muy distinta el suspense.

Henning Mankell no escribe novela policiaca, digámoslo ya. Las aventuras del comisario Wallander no se pliegan a la clásica estructura de investigación sobre la identidad de un culpable como epicentro de una construcción narrativa, ni siquiera mantiene los lugares comunes de los personajes de la novela negra. Los detectives siempre fueron seres al margen de la sociedad, seres marginados o automarginados que al aceptar un caso regresaban a la sociedad, pero lo hacían desde la perspectiva del descreido, del que conoce la trastienda y la suciedad bajo la alfombra. Eran personajes fríos, decididos, calculadores, inteligentes, y bastante cínicos. Wallander sólo comparte con ellos un rasgo: solitario. Pero la soledad de Wallander no es la soledad a la que se ve abocado el detective por su propio posicionamiento existencial, sino la soledad del hombre medio que habita una sociedad desarrollada en la que los valores tradicionales han entrado en crisis. La disolución de la familia, del matrimonio, la independencia temprana (y el rechazo) de los hijos. Wallander es un hombre normal, humano,demasiado humano. Carece de los rasgos del detective, es tan sólo un funcionario que vive en una soledad no deseada y padece su propia vulnerabilidad, su propia debilidad que lo empuja a cometer acciones infantiles, torpes, impertinentes.

Todo no es más que un medio para que Mankell hable de lo que realmente le interesa: la problemática social en su país. En efecto, el meollo del crimen de Asesinos sin rostro no es la identidad de los asesinos, sino el panorama que se nos describe a través de la mirada de Wallander de un país que afronta un fenómeno actual: la inmigración. El descubrimiento de la identidad de los asesinos no provoca en el lector ese efecto que provoca la solución de un crucigrama muy difícil, sino que no aporta nada nada más allá de lo que aporta la consecuencia natural de un proceso casi burocrático. Por el camino, de hecho, han sido descubiertos otros asesinos, los xenófobos, ocultos bajo la aprente legalidad que otorga la pertenencia a una nacionalidad europea. Rostros europeos bajo los que se esconde un miedo a lo extranjero que deviene violencia y muerte. Y ello nos lleva a pensar que son éstos, más que aquellos (los culpables del crimen que inicia la novela), los verdaderos asesinos sin rostro.

En cuanto al estilo, se señaló la calidad de los diálogos, cosa bien achacable a la dedicación profesional de Mankell, director teatral en Mozambique. Mientras que en su escritura, es directo, simple, sin barroquismos y sin perder una figuración que potencia la dimensión casi anodina de la realidad del relato. Un relato que es más una novela social y política, una instantánea sobre un país europeo del que en España tenemos un conocimiento basado en muchos clichés, y que se enfrenta a problemas que no nos son ajenos. Si es, indiscutiblemente, un acertado retrato de una mentalidad que nos resulta un tanto extraña: la inexistencia del tratamiento de usted entre las personas, la frialdad en el trato entre compañeros profesionales, el escaso sentido del humor tan común en nuestras latitudes,... Rasgos que nos sitúan en otras coordenadas y que personalizan el universo de un autor y un personaje que han alcanzado un rango inusitado de popularidad mundial. Si hubiera que desentrañar el misterio de por qué el éxito de estos libros, quizá la solución sea tan simple como ésta: porque el protagonista es un policía y no son libros policiacos.

miércoles, 25 de julio de 2007

ENLACES A HENNING MANKELL

Henning Mankell en Wikipedia
http://es.wikipedia.org/wiki/Henning_Mankell

SIN LUZ AL FINAL

No, no hay luz al final del tunel que atraviesa Juan Pablo Castel, el protagonista de la novela de Ernesto Sábato. Castel es pintor, una circunstancia recurrente (el artista como ser aislado, dueño de un lenguaje críptico y único que le permite expresarse y al mismo tiempo, permanecer incomunicado). A través de su pintura, establece contacto con una mujer, que él convierte en objeto obsesivo de su existencia. María Iribarne es lo contrario a Castel, es un ser que vive abiertamente, aceptando el mundo, mientras que él es el ser inadaptado, que desprecia a sus semejantes, pero que en su esencial contradicción, no deja de reconocer en su interior los mismos defectos que tanto desprecia. Pero, qué desasosiega a alguien que ocupa una buena posición desempeñando su vocación, siendo reconocido; un malestar existencial que, como una enfermedad crónica, lo acompaña y atraviesa su pensamiento, verdadera neurosis obsesiva, cuyas operaciones de deducción y suposición, rayan lo insano. ¿Qué persigue Castel?.

Se diría que acabar con su soledad, pero es algo más, porque no le basta hacer de María Iribarne su amante, sino que él anhela una sumisión absoluta, una fidelidad perruna, una transparencia desnuda y cristalina en la mente del otro, y eso se convierte en una utopía de pesadilla para el protagonista, hasta el punto de destruir el juguete que, incapaz de aceptar y comprender tal cual es, ha caído en sus manos. Son las manos de un niño grande, las de Castel, las mismas manos que escriben en primera persona, a modo de flash-back, los hechos del relato, y que nos anuncia al comienzo de la confesión (como sucede de forma bien distinta en Crónica de una muerte anunciada) la muerte de María Iribarne. El lenguaje es aquí trasunto de la prisión existencial del protagonista, todo se narra desde la interioridad del asesino Castel, que desgrana sus pensamientos, escarbando en sus enfermizas obsesiones . A semejanza de Gregorio Samsa, Castel padece una metamorfosis, pero mientras que él primero asume con normalidad lo anormal, Castel hace de los más simple una cuestión anormal, sospechosa, amenazadora, hace una montaña de un grano de arena.

El lenguaje de la novela, fácil y comprensible desde todos los puntos de vistas, es sin embargo farragoso y claustrofóbico en su contenido, arrastrándonos por medio de la primera persona, en una estructura lineal (con alguna elipsis, y un pequeño salto temporal hacia el futuro casi al final del relato) al mismo tunel por donde Castel camina a tientas. La mención, como por azar, a Dostoievski, da la pista de la referencia literaria del autor en cuanto al planteamiento del libro como autorretrato psicológico de un personaje. Es quizás este el único momento, junto con alguna disgresión del protagonista, donde se asoma el autor, un discreto Sábato, (cuya proveniencia no es la literatura, sino la ciencia), aunque quizás se revela más en la misma visión oscura y existencialista que atraviesa el libro, la visión del mundo del físico-matemático Sábato, quién abandonó la ciencia para pasarse a su pasión, la literatura (la pintura también) , desde donde sigue arrojando un poco de luz en el tunel sombrío de la existencia, un tunel en el que al final -realismo o pesimismo, se discutirá- no se vislumbra ninguna luz.

miércoles, 4 de julio de 2007

ENLACES A SÁBATO Y A "EL TÚNEL".

Ernesto Sábato en Wikipedia
http://es.wikipedia.org/wiki/Ernesto_S%C3%A1bato

RECONSTRUCCIÓN IMPOSIBLE

El narrador de Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez, es uno de los personajes que participaron en los sucesos que terminaron con la muerte de Santiago Nasar. Años después, intenta reconstruir la crónica de todo lo sucedido a través de sus recuerdos y de los encuentros con los personajes de aquellos tiempos, que aún viven.
Dos son las fuentes básicas de las que bebe García Márquez para formalizar este libro. En primer lugar, el lenguaje periodístico, que él conoce a la perfección por sus años dedicado a este trabajo. Pero García Márquez lo retuerce y lo transforma hasta insuflarle una vitalidad y una agilidad narrativa que permite que la mera crónica se transforme en literatura apasionante. La alternancia de los recuerdos del protagonista, su propia narración, con la de los personajes, que intervienen en diálogos directos, en una vertiginosa e imperceptible estructura donde el tiempo se fragmenta y el lector es lanzado del futuro al pasado y viceversa, rompen toda la estructura clásica aristotélica del argumento-nudo-desenlace; no en vano, la primera frase del libro es el mismo hecho final de la narración. En segundo lugar, García Márquez hace acopio de la cultura de su tierra, de lo más popular y endémico, elaborando un tapiz donde convive la exhuberancia mítica de latinoamérica, transida por esos toque del archiconocido realismo mágico que muncialmente ha caracterizado gran parte de la literatura sudamericana.
Inmersos en una sociedad mestiza, en la que conviven nativos, descencientes de españoles, españoles, árabes, y dentro de una cultura que permace anclada en valores tradicionales y en un notable machismo en la relación hombre-mujer, los acontecimientos se precipitan a través de la reconstrucción, componiendo un caleidoscopio en el que el fatalismo del desenlace parece irreversible, a pesar de las tenues o cecididas oposiciones de algunos personajes. Todo parece transcurrir como si nadie creyera que es posible, como si se innhibieran, o en algunos, casos, como si lo desearan. Finalmente, como ya se sabe, todo se resuelve en el fatal asesinato.
Algo hay detrás de toda esta estructura, aparentemente fácil, que nos está diciendo algo por debajo de todos los temas que afloran en su superficie (el machismo, el honor, la iglesia, la sociedad, etc.), y es algo que tiene que ver con la misma naturaleza de la vida y de la literatura.
El asesinato de Santiago Nasar, al término del libro, sigue siendo un misterio: desconocemos si realmente él fue el responsable del fracaso del matrimonio de Bayardo Sanromán, desconocemos igualmente si los hechos sucedieron tal y como el narrador los recoge, porque los personajes se contradicen, las versiones de los hechos no se ajustan unas a otras, y nada parece poder aclararse a pesar de esta minuciosa investigación. Y es que, quizás sea el mensaje del libro, la literatura es incapaz de reconstruir la vida por medio de la narración, la literatura fracasa allí donde la vida impone su misterioso destino encadenado de acciones y reacciones ante las cuales el narrador no puede sino recogerlas y tratar de encajarlas lo mejor que puede, obteniendo un puzzle que no termina de reconstruirse y queda, como la misma vida, abierto.

domingo, 3 de junio de 2007

CONTRA LA DEMOCRACIA.

El narrador de Elogio de la lucidez, como Cervantes, se nos muestra abiertamente, nos abre su pensamiento y convierte la narración en reflexión. Leemos este libro de Saramago y tenemos la impresión de estar oyendo una conferencia, una reflexión en voz alta, una opinión expresada por medio de una parábola. La acción de la novela queda tan en segundo plano que el autor-narrador pide perdón por la escasez narrativa del primer cuarto de libro. Sin embargo, superado este momento, la intriga de la situación planteada, y los acontecimientos consecuentes, sumen al lector en la incertidumbre y la expectativa de conocer el desenlace de la acción, y se asume la particular técnica de Saramago. Técnica, que encuentra su propia forma en una sintáxis casi eterna de subordinación, yuxtaposición y coordinación, que nos arrastra en disgresiones interminables que, sin embargo, no nos extravían del hilo principal del libro; raro logro. También reseñables son los diálogos, donde se obvian los guiones y puntos y aparte para señalar la locución de cada personaje, y sólo las comas y las mayúsculas a principio de las frases, nos indican que es otro personaje el que habla; porque, eso sí, los personajes parecen hablar y razonar todos de la misma forma, son casi arquetipos sin rostro y sin nombre (el médico, la mujer del médico, el viejo de la venta, la mujer del viejo, el comisario, el ministro del interior, el alcalde) definidos por su profesión, su cargo, su parentesco. Técnica de la igualación, técnica de la reducción de los personajes a entidades a través de las cuales el autor puede entregarse a diálogos consigo mismo, prolongando sus reflexiones. Todo ello, para llevarnos a sus nada positivas conclusiones en un desenlace desesperanzador, que en nada se parece al happy end de las drogas de diseño contra las que ya nos prevenía Kafka hace casi un siglo.
Sí, el escritor y premio nobel José Saramago milita en el Partido Comunista de Portugal, pero afirmó públicamente, con la presencia del ministro de cultura, que el se postulaba a favor del voto en blanco. Saramago no cree en la democracia, a sus casi noventa años, es un rebelde revolucionario que se atreve a proclamar de palabra y por escrito que el sistema político aclamado como la gran conquista política humana es una máscara falsa; una máscara bajo la que se esconde -pero cada vez menos, cada vez sus orejas más visibles-, un sistema totalitario, represor, dominante, paternalista hasta la asfixia, y tonto, en cuya torre de control se sientan aquellos que se piensan superiores y se abogan el derecho de tomar decisiones por los demás.
¿Será posible semejante osadía en un ciudadano de un país democrático occidental civilizado e industrializado? Sí, Saramago osa, y quizás el siniestro hombre de la corbata azul con pintas blancas (o viceversa) no ha actuado por que saben los tenebrosos hombres de la sala de reuniones que no es peligroso, que los libros ya no provocan revoluciones, sólo reconocimiento y premios y unos minutos de fama televisiva en los que lo dicho significará algo para pocos y nada para muchos. Esos muchos, piensan ellos, están ciegos, algunos desde siempre, otros, poco a poco se han dejado resbalar hasta la blancura igualadora, y los hay que hasta han cegado voluntariamente sus conciencias. ¿Qué daño puede pues hacer un anciano en medio de la pista de circo diciendo la verdad, su verdad, aunque ese anciano sea la única persona que no ha perdido la vista en medio de esta epidemia de ceguera?
Sí, Saramago ha leído, sin duda a Guy Debord, quizás llegara a conocerlo. Como él, ha sido valiente y ha construido bombas, mecanismos de precisión publicados para estallar en las conciencias de los lectores. Y si Debord nos desnudó el mecanismo del espectáculo, afirmando que la democracia prefiere que se la juzgue por el tamaño de sus enemigos más que por sus logros y por ello crea su más perfecta némesis: el terrorismo, que además es didáctico, Saramago nos desnuda su literatura parabólica y reflexiva en la que el estado asesina impunente para conservar este sistema en el que unos detentan el poder y otros creen tener poder para decidir, sin saber que tan sólo pueden elegir el color del collar del perro que los vigila y los guía.

viernes, 18 de mayo de 2007

NOTA INFORMATIVA

La fecha de la reunión para comentar Elogio de la lucidez, de José Saramago, se traslada del viernes, 25 de mayo, al viernes, 1 de junio. A las 17:30 h.

sábado, 28 de abril de 2007

EL MONO DESNUDO: UNA ODISEA DESPACIO



Libro distante de lo literario puro, El mono desnudo nos ha proporcionado una base sobre la cual abrir un debate amplio que podría ser eterno. Se trata básicamente del conflicto entre nuestra animalidad y nuestra humanidad espiritual: ¿somos animales o somo algo superior? . Si atendemos a nuestro comportamiento repecto de nuestro planeta, a las estadísticas de guerras, muertes, injusticia social y económica, crímenes, etc. no cabría sino decir que somos bestias, e incluso aún más, habría que evocar las palabras de Nietszche cuando decía que "la tierra es la piel y el hombre su enfermedad"; reflexión que reaparece en la película Matrix cuando el agente Smith le explica a Morfeo su visión de la raza humana como una especie de virus, incapaz de convivir en armonía con el medio, y condenado a extenderse e invadir hasta el agotamiento de los recursos el cuerpo del planeta. Pero si atendemos a los logros estéticos e intelectuales, no podemos sino maravillarnos por el alcance de nuestros logros: Platón, Leonardo, Velázquez, Mozart, Kant, Einstein, etc. son miembros de una especie capaz de crear maravillas.
Nos deslizamos en territorios resbaladizos donde la razón se funde con la fe y la ciencia con la religión. ¿Es una cuestión de querer creer más que de otra cosa?. Si, como plantea Kubrik en su película (ese maravilloso fundido de dos planos que concentra millones de años de evolución), la violencia fue un descubrimiento necesario para nuestra hegemonía como especie, luces y sombras son inseparables de este ser al que llamamos indistintamente humano o mono desnudo.
El debate sigue abierto:

sábado, 31 de marzo de 2007

ENLACES A DESMOND MORRIS Y "EL MONO DESNUDO"

Sobre Desmond Morris en Wikipedia
http://es.wikipedia.org/wiki/Desmond_Morris

LA OTRA METAMORFOSIS DE GREGORIO

La novela de Luis Landero Juegos de la Edad Tardía, significó la reaparición de una serie de tradiciones literarias españolas, tamizadas por un estilo moderno: la picaresca, la novela realista del XIX, la ironía Quevedesca, el esperpento de Valle-Inclán, etc. Es, no obstante, una novela densa con una estructura narrativa y temporal ciertamente compleja, lo cual se potencia mediante un lenguaje exhuberante, lleno de subordinaciones, saltos en el tiempo, flash-backs dentro de flash-backs, que nos exige un pequeño pago o esfuerzo en sus páginas iniciales. En este sentido, me gustaría insistir en algo que ya he mencionado en varias ocasiones: la literatura no nos da siempre lo que esperamos de ella, y nos obliga a elevarnos hasta su altura. Como escribió Kafka, si lo único que esperamos o queremos de los libros es que nos hagan felices, nosotros mismo pordríamos escribir ese libros. Es por ello, que la complejidad de la novela de Landero, supone un handicap que hay que superar si se quiere penetrar en ella, pues no es un libro que se deje hacer facilmente en sus inicios.

Sin embargo, el contenido de la novela presenta un argumento cuyo interés creciente nos va absorbiendo paulatinamente, pues la situación se agudiza y alcanza una tensión propia de un thriller. Pero quizás su mayor valor estribe en la capacidad de Landero para aglutinar una historia triste y patética (la infelicidad de un personaje que desprecia su vida y sueña con ser lo que no es) con una visión irónica que produce la sonrisa y la risa en el lector a pesar del dramatismo patético de la situación; en este sentido, es la distorsión propia de los espejos del callejón del gato valle-inclaniano la que preside el enfoque de esta España de la dictadura, cutre, oscura, gris, mdiocre, poblada por personajes y entornos disparatados (El tío kioskero, la suegra, la tertulia y los intelectuales, Requena y Belson, Gil, el propio Gregorio), como la situación en la que desemboca el protagonista. Es un tema universal, la lucha interna de todo hombre entre su vida real y su vida deseada, soñada; la felicidad y la infelicidad. En este caso, Gregorio Olías encuentra a quien le estimulará y empujara a abrir las puertas de sus anhelos con todas sus consecuencias.

La metamorfosis de Gregorio (otro Gregorio y otra metamorfosis) lo arrastra por una pendiente que cambiará su vida para siempre, perdiendo familia, amigos, trabajo, y dejándolo tan sólo con su otro yo, y con la única persona con la que comparte (engañosamente) su fantasía.
Es de mención la escena del "asesinato" en la pensión, que guarda un paralelismo notable con una escena de la metamorfosis kafkiana; como así mismo, la persistencia de Gregorio en la mentira cuando, como señalo Javier en la reunión, ni siquiera abdica de su farsa ante el único personaje que, como el autor, parece saberlo todo de Gregorio; me refiero a Don Isaías, "el Diablo". El desenlace, tras una odisea tan disparatada como distorsionada por el absurdo y la confusión, no podía sino encontrar su propia lógica disparatada y absurda: el encuentro con Gil, y la unión de ambos en la memoria del ser que los arrastró a ambos: Faroni.

sábado, 24 de febrero de 2007

Enlaces a "Juegos de la edad tardía", de Luis Landero.

Página muy completa sobre Luis Landero y Juegos de la edad tardía
http://www.literaturas.com/v010/sec0512/suplemento/index.htm
Entrevista a Luis Landero
http://www.ucm.es/info/especulo/numero20/landero.html

La metamorfosis, de Franz Kafka.LAS INFINITAS METAS DE LA FORMA.




Me resulta difícil escribir este texto que pretende referir la experiencia acaecida tras la lectura de La metamorfosis. Cuando me pregunto por qué, me percato de que, sencillamente, aún no he asimilado su lectura, sino que el relato continúa latiendo en mi interior sin que la digestión termine. No sólo hemos leído una historia, hemos experimentado una transformación, la misma que hace ya casi un siglo, Franz Kafka llevó a cabo por medio de su manuscrito.

Llama la atención, por ese tiempo que nos separa como lectores de la fecha de creación del relato, su absoluta contemporaneidad en todos los sentidos. El lenguaje de Kafka nos resulta tan cercano, tan comprensible, tan aparentemente llano, que apenas deja ver la radical renovación de la escritura que llevó a cabo. La capacidad del escritor checo se formaliza en concisión y densidad, ocultas bajo una aparente sencillez; es la facilidad de los dioses. La primera frase del libro es en sí el microrrelato por excelencia: puesta en escena, declaración del argumento, desenlace implícito en la imaginación del lector. Pero Kafka tiene la maestría de seguir excarbando esta galería subterránea por la que nos precipitamos llenos de interrogantes, que el relato responderá adecuadamente en cada momento preciso. Viajamos en un tempo controlado por un demiurgo omnisciente que nos arrastra con su prosa densa, hay que masticarla y engullirla despacio, como la deglución de un insecto.

Pero la duración digestiva del relato, no sólo tiene que ver con la renovación total del lenguaje que realiza Kafka: abandono de ampulosidad decimonónica, ausencia de virtuosismo decorativo, eliminación de terminología cultista o arcaica, rechazo de los lugares comunes; tiene que ver también con su absoluta polisemia. En efecto, puestos a desentrañar La metamorfosis, si tal cosa es posible, o deseable, cada uno de nosotros ha encontrado y señalado sentidos, significados, relaciones, paralelismos, estructuras, símbolos, que configuran un sentido perfecto en cada caso, y que lejos de contradecirse, se complementan superponiéndose perfectamente hasta el infinito; infinito expresado en la circularidad final del relato, una segunda metamorfosis que nos lleva de nuevo al principio.

Esta polisemia es, creo, una de las claves que hacen de este libro una obra plenamente actual, que leída a día de hoy, sigue funcionando como un reflejo del individuo contemporáneo en su existencia individual. Todos nos sentimos alguna vez, más de una vez, Gregorio Samsa, todos nos transformamos y metamorfoseamos a lo largo de un día, de un año, de toda nuestra vida. La metamorfosis no es sólo el propio Kafka, es un proceso iniciado en él y transferido por medio de la escritura hasta cada lector, hasta cada uno de nosotros, en cuyo interior se enquista como la manzana en el lomo de Gregorio Samsa, y ahí permanece en continua transformación, transformándonos también a nosotros. La forma no alcanza su meta porque sencillamente, sus metas son infinitas, y la ilusión del fin es sólo un estadio más de este proceso que comenzó con la lectura de este libro.


sábado, 20 de enero de 2007

ENLACES A KAFKA Y LA METAMORFOSIS

Biografía de Kafka y otros datos
http://es.wikipedia.org/wiki/Franz_Kafka
Página sobre Kafka con relatos e imágenes
http://www.geocities.com/Athens/9505/kafka.html
Otra biografía sobre Kafka
http://archiv.radio.cz/kafka/index.html
Sobre LA METAMORFOSIS
http://es.wikipedia.org/wiki/La_metamorfosis
Blog sobre Kafka (muy interesante)
http://hotelkafka.com/blogs/FranzKafka/2006/12/ser-infeliz.html

Los Girasoles Ciegos, de Alberto Méndez.¿PERO, DE VERDAD TERMINÓ LA GUERRA CIVIL?



Quizás, pero en cualquier caso, la herida perdura, y su filo atraviesa el tiempo de la historia hasta la médula invisible de los días que vivimos. Así como los “vencedores” reprimieron, persiguieron y encarcelaron a los “vencidos” durante la posguerra y los posteriores cuarenta años de dictadura en nuestro país, así la historia facilita ahora la ocasión para la venganza. A los reconocimientos políticos de las víctimas republicanas, la redención pública de las víctimas, se suma la avalancha de productos revindicativos de una república (en latín, la cosa pública) que casi nadie de los que la reivindican ha conocido.

En este club de lectura, entiendo que somos todos personas razonables, y que nadie aprobará la intolerancia, la represión, la tortura, el asesinato; por parte de ningún bando. Esto es, que quienes no hacen más que señalar al bando nacional como autores de barbaridades innombrables, se olvidan de que en una guerra no hay buenos ni malos (puede haber legalidad o ilegalidad) sino que se hace lo necesario para ganar, y en el bando republicano la situación era más compleja de lo que queremos pensar. Sólo por mencionar un nombre, ahí tenemos el caso de Andreu Nin, uno de los muchos asesinados por los republicanos en los famosos paseos, ejecuciones selectivas auspiciadas por los poderes más ocultos de la república. Pero todo esto es historia y política, y para eso deberíamos recurrir a la historia, los datos y hechos y los libros de historia, no a la literatura.

¿Qué ocurre entonces con la literatura cuyo tema es la guerra civil española? Pues algo muy común, me temo, excesivamente común: que incluso los prejuicios políticos atraviesan la esfera de lo literario ante una obra referida al tema en cuestión, privando de la objetividad necesaria para enjuiciar literariamente la obra. Y es que, amigos, creo que la herida, ya lo dije, sigue abierta, y que nuestro país aún no ha cerrado este tiempo de recriminaciones en el que las víctimas se reivindican y se pasa factura al bando vencedor y represor. Lo vivimos en la política más actual, nacional y local, y lo vivimos ante fenómenos tales como el del libro de Alberto Méndez.

Yo intento imaginar una obra total sobre la guerra civil, y no puedo imaginarla más que realizada por alguien que la contemple desde una cierta distancia ideológica y temporal, pues la cercanía a los árboles impide ver el bosque. Si el libro que nos ocupa tiene valores literarios: tono lírico, lenguaje cuidado, terminología seleccionada para situar históricamente, estructuras narrativas variadas, estructuras temporales alternas, etc. tiene también una univocidad peligrosamente maniquea, una estilización que pasa desapercibida por la razón que esbocé antes: que las víctimas siempre son más simpáticas y dignas de comprensión que los verdugos. En el universo literario que configura Los girasoles ciegos, los personajes están claramente diferenciados, hasta el punto de recordarnos los cuentos infantiles en los que de un lado están los buenos y del otro los malos. Todos los protagonistas son bondadosos, idealistas, fieles, todos se resignan a su suerte y abrazan con una dignidad de mártir su inexorable final. En el lado opuesto, los personajes poseen todos los rasgos negativos que el imaginario adjudica a los malos, son brutales, son egoístas, son irracionales (tan sólo se adivina un rasgo de humanidad en el cuento número tres, en la madre del fascista asesinado por los republicanos -y en su marido por momentos-, (y quizás en la confesión del cura del último cuento) pero aquél está naturalmente inspirado por su egoísmo materno). Todo el tono del libro, además, es como un solo de violín desgarrado en el que no hay cabida para ningún compás de alegría; todo está pintado en tristes grises, no hay contraste. Personalmente, este rasgo me parece que aporta poco a la obra, más bien constituye un lastre que impide al libro alcanzar más altura literaria, sumiéndolo en una tristeza empalagosa y monocorde (qué diferencia, por ejemplo, con La mula de Juan Eslava Galán, en el que tenían cabida todos los acordes de lo humano en el escenario de la guerra: la crueldad, la injusticia, pero también la risa, las situaciones cómicas y absurdas).

Resumiendo, en mi opinión, Los girasoles ciegos es un libro digno, es decir, no me parece un mal libro, pero no me parece una obra excepcional que aporte algo nuevo a la literatura, ni en sus recursos formales (demasiado "garciamarqueziano"), ni en su visión del tema. Sí creo que en la concesión del premio de Narrativa Nacional, ha pesado mucho, demasiado, esa tendencia político-sentimental a ensalzar todo lo que huele a reivindicación de las víctimas de un conflicto (nuestra guerra civil) que a todas luces, quod est demonstratum, aún no ha finalizado.