miércoles, 25 de julio de 2007

SIN LUZ AL FINAL

No, no hay luz al final del tunel que atraviesa Juan Pablo Castel, el protagonista de la novela de Ernesto Sábato. Castel es pintor, una circunstancia recurrente (el artista como ser aislado, dueño de un lenguaje críptico y único que le permite expresarse y al mismo tiempo, permanecer incomunicado). A través de su pintura, establece contacto con una mujer, que él convierte en objeto obsesivo de su existencia. María Iribarne es lo contrario a Castel, es un ser que vive abiertamente, aceptando el mundo, mientras que él es el ser inadaptado, que desprecia a sus semejantes, pero que en su esencial contradicción, no deja de reconocer en su interior los mismos defectos que tanto desprecia. Pero, qué desasosiega a alguien que ocupa una buena posición desempeñando su vocación, siendo reconocido; un malestar existencial que, como una enfermedad crónica, lo acompaña y atraviesa su pensamiento, verdadera neurosis obsesiva, cuyas operaciones de deducción y suposición, rayan lo insano. ¿Qué persigue Castel?.

Se diría que acabar con su soledad, pero es algo más, porque no le basta hacer de María Iribarne su amante, sino que él anhela una sumisión absoluta, una fidelidad perruna, una transparencia desnuda y cristalina en la mente del otro, y eso se convierte en una utopía de pesadilla para el protagonista, hasta el punto de destruir el juguete que, incapaz de aceptar y comprender tal cual es, ha caído en sus manos. Son las manos de un niño grande, las de Castel, las mismas manos que escriben en primera persona, a modo de flash-back, los hechos del relato, y que nos anuncia al comienzo de la confesión (como sucede de forma bien distinta en Crónica de una muerte anunciada) la muerte de María Iribarne. El lenguaje es aquí trasunto de la prisión existencial del protagonista, todo se narra desde la interioridad del asesino Castel, que desgrana sus pensamientos, escarbando en sus enfermizas obsesiones . A semejanza de Gregorio Samsa, Castel padece una metamorfosis, pero mientras que él primero asume con normalidad lo anormal, Castel hace de los más simple una cuestión anormal, sospechosa, amenazadora, hace una montaña de un grano de arena.

El lenguaje de la novela, fácil y comprensible desde todos los puntos de vistas, es sin embargo farragoso y claustrofóbico en su contenido, arrastrándonos por medio de la primera persona, en una estructura lineal (con alguna elipsis, y un pequeño salto temporal hacia el futuro casi al final del relato) al mismo tunel por donde Castel camina a tientas. La mención, como por azar, a Dostoievski, da la pista de la referencia literaria del autor en cuanto al planteamiento del libro como autorretrato psicológico de un personaje. Es quizás este el único momento, junto con alguna disgresión del protagonista, donde se asoma el autor, un discreto Sábato, (cuya proveniencia no es la literatura, sino la ciencia), aunque quizás se revela más en la misma visión oscura y existencialista que atraviesa el libro, la visión del mundo del físico-matemático Sábato, quién abandonó la ciencia para pasarse a su pasión, la literatura (la pintura también) , desde donde sigue arrojando un poco de luz en el tunel sombrío de la existencia, un tunel en el que al final -realismo o pesimismo, se discutirá- no se vislumbra ninguna luz.

No hay comentarios: